La escena constaba de cuatro figuras instaladas alrededor de una mesa. Se encontraban en una suerte de almacén, con penumbra de bodegón, entre una neblina tabaquil que apenas les dejaba intuir rasgos faciales. Tampoco les hacía falta porque se conocían todos muy bien.
-… ¡Tiene que ser algo gordo, joder! –Exclamaba uno de ellos- algo que les joda de raíz.
-Milo tiene razón, no sirve de nada atacar la periferia del sistema si Cerebro sigue controlando y seleccionando la información de la gente –dijo una voz femenina.
El resto de miembros de La Resistencia asintieron.
-Además –continuaba-, no podemos permitirnos fallos. Acordaos de la última vez.
-No fue culpa mía, lo acaecido el otro día –dijo un tercer integrante del sórdido contubernio-. Resultó que por un cable partido del detonador, una explosión irrevocable, apenas resultó un estertor.
Este tercer interlocutor era Kresta. Hace años se despertó después de pillar uno de sus habituales ciegos hablando en verso. Lo peor del asunto era que no sabía por qué, y no recordaba nada de la noche anterior. Ni mucho menos qué había consumido. Pero lo cierto es que había aumentado considerablemente su léxico, cosa sorprendente para sus compañeros, dado que jamás habían visto a Kresta abrir un solo libro que no fuera de papel.
El cuarto asistente a la reunión era Inanis, último del grupo en desprenderse del cordón umbilical de su nuca, mecanismo mediante el que Cerebro controlaba los pensamientos de la gente de Crasia, e integrarse al Frente Crasiano de Liberación, más conocido como La Resistencia. En ese momento se encontraba absorto contemplando con cierta admiración voluptuosa el espontáneo liderazgo de Sire:
-Nadie te culpa, Kresta –continuaba ella-, pero debemos actuar con diligencia si no queremos terminar durmiendo con los peces. Además –añadió con vehemencia-, recordad nuestras consignas: Nuestro modo de obrar debe ser como la mordedura de una serpiente, rápido y letal. Debemos evitar el enfrentamiento directo o seremos aplastados.
-¡Sí, joder! –Gritó Milo, particularmente susceptible a las arengas de Sire-. Hay que joder a esos cabrones.
También es cierto que no era demasiado complicado excitar a Milo, cuya naturaleza belicista rozaba la demencia. La sola perspectiva de bronca le hervía la sangre y le hacía esbozar una radiante sonrisa. Por lo demás era un tipo calvo y fibroso, aunque bien provisto de musculatura. Llevaba siempre un puro en la boca y ornamentaba sentenciosamente cada frase con alguna palabra soez.
Inanis se estaba preguntando qué diferencia existía entre estar subyugado por Cerebro, y estarlo por las peroratas vacías de Sire y Milo y sus ingenuos axiomas. Pero el enigma no le entretuvo demasiado, distraído por el hipnótico balanceo de los pechos de Sire tras la camiseta cada vez que ésta gesticulaba con los brazos, para énfatizar su discurso.
Sire era una chica alta, morena, de ojos negros, con carácter… de esas cuya mirada refleja la pasión que le imprimen a cuanto hacen si creen verdaderamente en ello. Y Sire creía en lo que hacía.
-Tenemos la obligación moral de luchar por la libertad del género humano, con violencia si hace falta –decía viniéndose arriba, mientras Milo asentía complacido-. Así que esta vez atacaremos aquí –añadió señalando con el dedo a un punto del plano que descansaba sobre la mesa-, la sede del gobierno de Crasia.
-…Pero difícil es su acceso, además llevando el peso de la carga de explosivos. Si queremos salir vivos necesitamos un plan. Si no, nos cogerán.
-Ya tengo un plan medio pensado –replicaba Sire-, sólo quedan algunos flecos. Pero dado el riesgo de la misión, el que deberá infiltrarse por las alcantarillas para colocar los explosivos deberá ser alguien sin antecedentes.
Automáticamente todos se volvieron hacia Inanis, quien tardó unos instantes en salir de su embelesamiento distraído, disimulando su pasmo con una sonrisa.
-…ehm, esto… sí, claro… ejem… …¿Que yo qué?
(Continuará...)