Esta es la historia de una nariz. Una nariz cuya misión en la vida era recopilar, cual si fueran joyas y ella urraca, información sobre la vida de los demás. Tal era su curiosidad, que a la persona que llevaba pegada tras de sí, la hacía conocedora de centenares de datos inútiles sobre las personas de su entorno.
¿Cómo conseguía esto? Os preguntaréis, pues es sencillo: Allí donde había una persona realizando cualquier actividad, allí que acudía a husmear nuestra intrépida nariz, ávida de información sobre la vida de dicha persona; Allí donde había una persona con cara de saber sobre otras, allí que estaba nuestra nariz, guiando a su apéndice humana tras alguna pesquisa sobre los interesantes asuntos de sus congéneres humanos. En síntesis, era del tipo de narices que la gente mete donde no las llaman, y esas narices suelen caer mal a la gente. Suelen crearse enemigos, que se sienten desprotegidos e inseguros ante la posibilidad de que sus más sórdidos secretos, caigan en oídos tan curiosos como la nariz del cuento. Así que la gente le decía: “no te metas en los tejemanejes de la gente o acabarás mal”, o “Quizás un día escuches algo que no te guste y te suicides por imbécil”. Eso le decían. Pero nuestra heroína no cejaba en su empeño investigativo, su costumbre se había convertido en un vicio, y su curiosidad era ahora el motor de su existencia.
Sabía que había millones de cosas que no conocía sobre la gente, y le encantaba sacar a la luz sus movidas personales, cosa que hacía metódicamente, regocijándose en cada nueva pista y cada cabo atado, como un detective. Si no eran de su incumbencia mejor que mejor, y cuando llegaba a conocer todo, experimentaba una sensación comparable a la de sacar las tres llaves en una tragaperras, y pasaba a interesarse por otros sucesos ajenos. Así que poco a poco su adicción se iba incrementando, y no podía parar de entrometerse en la vida de la gente, descuidando por el contrario sus propios asuntos. Se había encargado de ir viviendo la vida a través de los demás, y para cuando se dio cuenta la suya propia era ya un asco. Pero siguió y siguió empeñada en adueñarse de la vida de la gente, movida por un impulso incontrolable. Así siguió hasta que un día murió. Por curiosa.
Dedicado a mi madre y a todas las madres del mundo.