martes, 23 de marzo de 2010

Cucarachas

Uno de los avatares más desagradables que lleva acarreada la primavera, incipiente en estos días, es la desaforada fecundidad que presentan algunas especies de insectos.

En mi habitación hay un balcón cuya puerta suelo dejar abierta, y con su correspondiente cortinilla descorrida. Con ello persigo que entre una buena porción de luz solar y que se renueve el aire de mi actual residencia, ya que mi vieja mantiene cerrado a modo de búnker el resto de ventanas del domicilio.

La contrapartida a las ventajas evidentes que ofrecen el aire fresco y la luz solar son las moscas.

No soy especialmente remilgado con los insectos, pero es que es una cuestión de propiedad: no me gusta que en mi habitación, mientras duermo, haya algún otro tipo de actividad vital aparte de la mía, por muy inocua que ésta sea. Es una manía. De tal modo que antes de irme a la piltra, mato con un “jueves” enrollado a cualquiera de estos seres furtivos e incautos que se haya infiltrado de manera clandestina en mi cuarto.

La semana pasada recuerdo un día en que cayeron dos o tres, víctimas de su estólida imprudencia, y cuyos cadáveres dejé descansando en mi parquet, a modo de pequeños trofeos. Como el cazador que cuelga de su pared las cabezotas disecadas (en artificioso rictus de ferocidad) de los bichos que se carga, experimentando con ello una falsa sensación de poder. Falsa porque en el fondo sabe que jugaba con la ventaja de tener más inteligencia y más armas de fuego que ese pobre oso infeliz. En particular una más. Pero volvamos a la historia:

A la noche siguiente, poco antes de apagar el flexo y poner fin a mis encamadas lecturas, atisbé a lo lejos una oscura figurilla que apenas levantaba un centímetro del suelo. Tenía esos rasgos repulsivos y crujientes que sólo un bichejo en toda la creación es capaz de exhibir. Era una cucaracha. Evidentemente pereció en cuestión de segundos, merced a la resistente suela de mi zapatilla, en la que quedaron adheridos algunos retales de su pringosa desmembración.

Tras la heroica contienda me puse a pensar en qué coño podría ser lo que estuviera buscando mi diminuta intrusa en la habitación. Quizá sus razones eran gastronómicas, y vino atraída por la culinaria perspectiva de unos deliciosos cadáveres de mosca, porque la verdad es que no sé qué hostias comen esos bichos. Supongo que no deben hacerle muchos ascos a nada, no las veo yo muy melindrosas con lo que ingieren.

Pero el caso es que ayer me encontré otra en una de mis nocturnas incursiones al baño, y aquí ya no cabía más exégesis que ésta: hace calor, vivimos en un primero, de un edificio que tiene ya sus años, la escalera hace mil años que no la limpian, los vecinos son unos cerdos (y algunos tienen chuchos con cierta predilección por mancillar con sus heces mi rellano), etc. En definitiva: viven ya por aquí.

A estas alturas de la historia os estaréis preguntando el porqué de tanto regodeo en una anécdota totalmente banal. Pues bien, obedece al deseo de actualizar con algo (lo que sea) cuando realmente no me ha ocurrido nada digno de mención. Os recuerdo que sigo convaleciente, y si no vivo cosas, no tengo cosas que contar. Mi vida es un coñazo bastante triste últimamente.

…¿Os he dicho ya que el tema 52 es asequible?

9 comentarios:

Lidia dijo...

Jajajaj, me he reído bastante con la historia de los insectos, me hace gracia la forma en que lo cuentas. Bruac, una vez pisé una cucaracha descalza y otra vez me pasó una por el cuello :S
Besicos

Sarlacc dijo...

Como sigas así va a ser cuestión de tener un diccionario a mano, malditos filólogos del carajo, cuanto daño hacéis. Cuanto daño hacéis.

Y ya sobre los bichos, deben ser super útiles para que haya tanta variedad y en tanto número. O que el cabrón que los creó estaba sumamente aburrido y le encantaba tocar las pelotas. Sobran unos cuantos o, a falta de demostrar utilidad, incluso todos ellos.

Y todavía faltan los mosquitos, aunque afortunadamente de un par de años, tal vez más, hasta ahora en Murcia no parece haber tantos. O la desinfección del río la hicieron por fin bien o han encontrado un lugar mejor donde dar porculo. O los ecuatorianos se los han jamado mientras pescan... ¿se comerán lo que sacan de ahí?

¡Besitos!

The crow dijo...

A mí el tema 52 me pareció un poco insulso, ya lo comenté con Tapanez el otro día, le falta un giro inesperado de conceptos, alguna teoría válida que se vuelva inválida... en finm esas cosillas.

Un beso!

Unknown dijo...

A veces la gracia está en hacer toda una historia de un hecho banal. ¿Qué quieres que te diga? a mí me encanta tu "aventura" insectil.

Un beso

Raúl dijo...

Siempre lo he dicho: lo malo de la primavera y el buen tiempo es que empiezan a salir cucarachas, canciones del verano y garrulos... de hecho, al principio pensaba que ibas a hablar de ellos. Bueno, luego a luego, se podría adaptar fácilmente (menos el hecho de matarlos a zapatillazos... aunque molaría).

En fin, comprendo tu desidia. Yo no tengo ni historias que contar sobre insectos invasores (ni quiero, ahora que lo pienso). Nos vemos en la dichosa Academia -hoy seguramente exponga, así que al menos podrás reírte durante 30 minutos.

P.D: Sí, el 52 no está mal, pese a lo que diga el lampiño Migui.

Txé dijo...

Pero tío, se me ocurre pasarme por tu blog que hacía mil que no me metía y me hablas de cucarachas...ODIO LAS CUCARACHAS!!!!
Mientras leía tu anécdota me he sentido inquieta y amenaza por posibles que bichejos asquerosos de esos...buag!

Txé dijo...

joder que mal he escrito la última frase: ...inquieta y amenazada por posibles bichejos...

Tomás dijo...

Jaja, bienvenidísima again. Si es que no me pasa nada inetresante últimamente.

Nergal dijo...

Esa frase parecía de Manolowar!